“La hiper comunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma”.
Así se presenta la contraportada del libro El enjambre de Byung-Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959).
Uno de los planteamientos principales de Byung-Chul Han es que estamos siendo manipulados, observados y auto engañados en esta nueva era. Se nos ha vendido una suerte de pseudo libertad con la atractiva idea de Tú puedes, para que luego se transforme en Tú debes y así terminar siendo un esclavo de nuestras propias exigencias, las que finalmente dejan de ser nuestras para pasar a pertenecer al gran ojo que todo controla: El ojo digital.
“El sujeto del rendimiento se explota a sí mismo, hasta que se derrumba”. Y se explota creyendo que se autorrealiza, sin ser capaz de ver el poder subyacente y oculto.
Byung-Chul Han parte de la base que el respeto constituye una pieza fundamental para lo público, y que si éste desaparece, decae de inmediato lo público. La comunicación digital deshace generalmente las distancias. Y la falta de ella, conduce a que lo público y lo privado se mezclen y pierdan así el rayado de cancha. Siendo el escenario digital ideal para borrar todo límite y todo contacto humano. “El medio digital, que separa el mensaje del mensajero, la noticia del emisor, destruye el nombre”.
Provocando así un vertiginoso río informativo que decanta en el llamado anonimato, donde tanto anonimato como respeto se excluyen. Por lo tanto, la comunicación digital, a parte de incentivar lo individual y anónimo, destruye a la vez el respeto, que está íntimamente ligado a la distancia que se da entre las personas. Distancia que hoy en día es casi nula, al igual que el respeto.
Hoy vivimos en una cultura virtual extrema, donde las emociones no son expresadas de piel a piel, sino con emoticones. Las relaciones de carne y hueso escasean. Dejando de existir ese espacio de interlocución, donde existía un equilibrio entre oyente y hablante. Este nuevo paradigma de relaciones viene de la mano con el ensimismamiento y la poca participación colectiva.
“…la intimidad es expuesta públicamente y lo privado se hace público”.
Se expone frente a un público, se expone el cotidiano, se espera la aprobación o desaprobación del espectador virtual. El rendimiento está en un permanente mostrador, se espera un like o una carita feliz como si se viviera en una especie de reality show. La vida ocurre a través de una pantalla que todo lo sabe, que todo controla y mucho más aún de lo que podemos llegar a imaginar. La manipulación es ejercida intencionalmente, y posee tal poder que incluso maneja los estados anímicos de los participantes como los estados anímicos colectivos. La sociedad se ha disgregado al punto que lo comunitario y participativo está en claras vías de extinción. “…la privatización se impone hasta en el alma”.
Hoy todo se mira desde un yo no participativo, un yo que no se involucra y que ve como espectador lo que sucede a lo largo y ancho del globo, siempre desde su intocable individualidad que ha sido vendida como logro personal y que más bien es una cárcel.
Crítica para El Desconcierto