Al comenzar mi presentación del libro de Alejandra recuerdo una frase de Cortázar: “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Esta idea cobró un nuevo sentido en mi tras la lectura de este bello y distópico poemario, integrado por textos que asemejan piezas de un mapamundi extraño que una mujer diseña en la soledad del cuarto de juegos de sus sueños, para recomponer los destrozos y los hallazgos que han quedado diseminados en los avatares de la vida. No son fáciles las cosas para nadie, pero menos para las mujeres en un mundo que habla un lenguaje de certezas masculinas. Alejandra parece empeñada en la tarea de regresar a un hogar, luego de la pérdida de significado de todo aquello que hace a la existencia un hogar. Me refiero al hogar del propio cuerpo y de la propia forma de interpretar el mundo.
En ese marco, en los textos de Alejandra Coz creo entrever algo así como el juicio estético, pero no un juicio moral. Veo la observación desnuda e implacable de los hechos de la vida, y el contraste entre el fuego que se levanta y más tarde se extingue, como un antiguo deseo crispado. Son textos duros y dulces, a l a vez, expresivos de una atribulada belleza, que no sólo iluminan sino que también causan estragos.Alejandra logra mostrar ese movimiento entre lo que germina y lo que muere, entre lo que provoca una escena completa y el detalle que impide captarla en su totalidad, el ir y venir entre ignorancia del propio rumbo y la comprensión de que nunca hubo señales de ruta y de que, en el fondo, toda meta no es más que un punto invisible en un viaje circular.
las cosas sobre las que Alejandra poetiza y describe parecen adquirir cierta importancia, cierta justa proporción que impide que el poema se escape de sus manos. Aunque es una paradoja, porque no creo que ella premeditadamente procurara contener el poema. O sea que entonces se le escapa de las manos, pero la magia radica en que nunca sale de sus dominios. El poema de Alejandra es como una pena en observación, que quizá ella preferiría no poseer pero de la que se apropia.
Marea Baja se puede leer desde la contraposición entre el paso del tiempo y la huida de los espacios, y la forma de detener todo por unos instantes. Pasan imágenes por la ventanilla del tren, a la par que la voz poética se despide mansamente de cada una de ellas. Estos textos son un parpadeo. Las cosas de la vida ocupan un tiempo y un espacio determinados, y pronto son sólo lugares habidos. pasan tal como vinieron. Llama la atención, sin embargo, el detalle, porque son muchas las escenas y las imágenes que acontecen. Hay un interés por describir el aspecto físico de lo que se ve, y en la forma en la que se muda el paisaje del mundo personal.Por eso, lo que produce el poema es una sensación de movimiento y de dejar atrás. Es una constante despedida. Un rito necesario si hemos de aprender a abandonarlo todo para recomenzar.
A riesgo de latear, avanzo una última reflexión para instar por la lectura de una de las piezas ´poéticas que incluye Marea Baja, guiado por mi soberana elección de lector.
En la segunda parte del libro hay un segundo nivel por el que transita el poemario, aunque relacionado con el primero: la colonización de un proyecto del yo. Han quedado esquirlas en la historia, pero ahora es el momento de hacer las paces con el dolor y la desintegración. Asuntos que deben ser al fin aclarados para dar paso a otra vida, porque, ya se sabe, para hablar del cielo hay que tener bien puestos los pies en la tierra. Lo que queda no es un despojo. Es una sensación final ingrávida a partir de la cual se hilvana eso que llamamos esperanza. Ese instrumento que sirve cuando nos estamos quedando dormidos y las luces no son más que recuerdos desleídos. Es la ocasión para retornar a casa. Según Mallarmè la única tarea espiritual en la que hemos de insistir es la de conferirnos una auténtica morada. En una morada podemos sentirnos cómodos y seguros, protegidos contra lo inexorable del devenir. Bien vista, una morada es un instante en el que nuestra voz adquiere carta de ciudadanía. Una morada es el momento clave en la vida del poeta, cuando decide crear un universo entero con sola colaboración del lenguaje. Una morada es el instante en que el poeta se encuentra consigo mismo, y resignifica el mundo para él y para sus lectores. Así, en la segunda parte del libro halla su nombre, Marea Baja, momento en el que se celebra el descenso del mar y la igualación de la tierra y la bestia marina. De esta manera aquí el poemaria estatuye un orden e inaugura la forma especialísima en que la poeta nos propone una versión de cómo comprender el mundo. Es aquí cuando el lector sabe que ha contemplado sangrar a un ser humano a cambio de nada por el resto de la Humanidad.