“AYER”, AGOTA KRISTOF

La austeridad de las emociones, la dureza y sequedad de las palabras,  la realidad hecha púas, se mezcla permanentemente con su propia historia, donde la guerra y la escasez están en permanente diálogo. 

La soledad, la pobreza y el desamparo rondan a sus personajes, que son ella misma a la vez. 

Sus libros son de un crudo existir, sin tapujos ni palabras de consuelo. 

De escenarios dolientes, donde la tristeza se va colando en cada acción de su rutinaria vida.
El libro AYER de Agota Kristof, narra casi de manera  biográfica el trabajo  mecánico y silencioso que realiza el protagonista en una fábrica de relojes x en un lugar x .

“Nací en una aldea sin nombre, en un país sin importancia”.

Nacida en Hungría en 1935, se fue al exilio a los 21 años junto a su esposo y su hija de 4 meses, después de que la Revolución Húngara fuese aplastada.  Se estableció en Neuchâtel Suiza, donde murió el año 2011. Su primera publicación fue a los 51 años.

Radical y esteparia, Kristof nos revela una realidad que no puede salir de los márgenes del exilio, de la guerra, de la sensación de tierra de nadie, del ser extranjero y del ser humano como un sobreviviente. Tanto desde el punto de vista territorio/ país, como desde el prisma territorio/cuerpo. 

La sensación de yermo, la distancia física y emocional con el otro, el compromiso y la desvinculación. La frontera  y los límites presentes con todos sus matices y aristas a lo largo de su obra.

Kristof nos envuelve en su lectura de forma directa y cinematográfica,  en poblados tan desérticos y austeros como sus palabras. 

La desolación y  el abandono  vivenciados por la autora en su propio exilio, muestran detalladamente la descripción de lo observado y olido.

En su novela AYER, Kristof recorre la mirada infantil el desamparo, el hambre, la suciedad, dejando entrever la inocencia perdida tempranamente y unos remotos recuerdos, tan ciertos como absurdos,   que hicieron de salvavidas en su lúgubre vida.
La única manera de salir del círculo, es arrancar de cuajo el pasado y crear una nueva realidad. El pasado tan presente,  persigue al protagonista a lo largo de su vida.
 

“Mi madre era la ladrona, la mendiga, la puta de la aldea”.

“Yo permanecía sentado en la puerta de la casa, jugaba con el barro, amasándolo, formando inmensos falos, tetas, nalgas”.

“Yo tapaba con lodo los agujeros de mis zapatos”.

“”Incluso puedo decir que tuve una infancia feliz, porque no sabía que existían otras infancias”.

La reconstrucción de la vida se forja, a través de la imaginación y la mentira, rearmando una realidad que le proporciona acotadas herramientas de subsistencia, como la idea de contención en una vida mecanizada y rutinaria. Donde el permanente quehacer se convierte en una poderosa arma de evasión , muy eficaz para pensamientos anclados en un pasado desalentador, para recuerdos dolorosos que no se quieren llevar a superficie y ansiedades de un futuro incierto que de alguna manera,  alimentan la espera de un amor que nunca llegará.

“Hoy vuelvo a empezar la estúpida carrera. Me levanto a las cinco de la mañana, me lavo, me afeito, hago café, salgo, corro hasta la Plaza Principal, subo al autobús, cierro los ojos, y todo el horror de mi vida actual estalla en la cara”.

La falta de nutricia materna, de núcleo protector, hace que el protagonista se aferre a un imposible y se convierta en cierta forma, en el motor y propósito de su vida, la espera eterna de un futuro requete pensado, que concluye con un ideal de amor retorcido,  impenetrable y llano de sentimentalismos. Donde finalmente prima la frialdad y el cálculo, no por una cuestión maldad, sino más bien por ignorancia, comodidad y miedo.

“Todo ha terminado. Lina jamás vendrá a mi casa”.

“Yo creí que te amaba. Me equivoqué. ¡Oh, no, Lina,no te amo! Ni a ti, ni a nadie, ni a nada, ni a la vida”.


Crítica para Cine y Literatura

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