DEVENIR BRUJA METAFÍSICA, gastón j. muñoz j.

La jabalina (Filacteria, 2019) es el segundo poemario de la artista visual y escritora Alejandra Coz Rosenfeld, el cual ―si bien conserva algunas de las formas escriturales anteriores en la producción de ella― se trata más bien de un modelo muy diferente. Después de las convencionalidades con las que todo libro debe iniciar, aparece una arenga a modo de la voz de la escritora brasileña Clarice Lispector en una cita intertextual:

Habrá un año en que habrá un mes en que habrá una semana en que habrá un día en que habrá una hora en que habrá un minuto en que habrá un segundo y, dentro del segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada…

Podemos entender la arenga de C. Lispector como un motor reflexivo en la segunda obra de A. Coz, ya que esta obra nos propone un juego poético del lenguaje que lleva al límite las tabulaciones del tiempo y del espacio, para intentar plasmar así un estado afectivo complejo.

Es evidente la preponderancia del aspecto visual en esta obra de A. Coz: ya desde su portada y en su primera y última página, con aquellos corazones patéticos y barrocos que el imaginario de la autora rescata del sincretismo latinoamericano. Pues, la autora no le teme a la exploración sentimental y pasional dentro de su trabajo, algo que muchas autoras «mujeres» evitan a toda costa para no ser encasilladas como cursis por la crítica masculinizante. Es más, ya desde su primer poemario ―Marea baja (Cuarto Propio, 2017)― se jacta de esta habilidad de introspección de los afectos que es inherente a la poesía, no como valor único de esta sino como gatillante de experiencias artísticas situadas desde ciertas coordenadas corporales específicas. Diamela Eltit lo alertaba de la siguiente manera: «aborda de manera renovada el territorio de lo que entendemos por “yo” mediante una intensa exploración en las emociones constitutivas del sujeto mujer. La autora elabora una poética fundada en paradojas, síntomas, goce, vacío.» (Coz 2017: s.f.) La jabalina ahora retorna a estas cadencias de afectos tristes y dolorosos, pero con una nueva perspectiva donde estas intensidades de afectos se transforman en «punta de flecha precisa» (p. 6), si bien a veces estas flechas de afectos llevan astiles algo torcidos por las experiencias pasadas.

Así se devela el juego poético del libro, donde los ditirambos intensos que suelen recaer en las páginas siniestras (a la izquierda) empleando las minúsculas y el uso intercalado de negritas son sopesados por otras reflexiones lingüísticas de carácter más bien cientificistas empleando las mayúsculas en las páginas derechas, cuyo principal núcleo de reflexión suele ser el propio significante del lenguaje y su capacidad por transmitir una verdad consensuada. Así, en la página ocho A. Coz enfrenta, por un lado, «un punto de luz / infinita» que «se sienta en la flecha / de pluma» con, por otro lado, «384 MIL 403 KILÓMETROS (…) ENTRE LA LUNA Y LA TIERRA» en la página nueve. Pero esta tendencia binomial en la composición de La jabalina no es, alertamos, del todo estricta, sino bien el punto de partida de este ensayo poético que tiende a las contaminaciones barrosas entre el sentimentalismo dionisiaco y el metalenguaje apolíneo. Así, A. Coz «pacta la decisión tomada» con una «firma / a pie de página» que «salta / al / vacío» (p. 10), o nos propone una temporalidad cuántica en forma de juego de mesa cuando describe «un salto dimensional / a pesar de la infinitud un equilibrio en nuestro caos / una pieza de ajedrez / oscila perfecta útero perfecto» (p. 12); ingresando así en una intensidad que retoma del pasado sentimentalista pero que es en simultáneo un goce distinto, uno que experimenta con la materialidad de la palabra, el discurso y sus lógicas.

En la página quince arribamos al momento que, desde mi lectura, es el más estremecedor de todo el poemario: «LA PRIMERA CÉLULA DEL CUERPO HUMANO / MIDE 0.14 MILÍMETROS Y SE LLAMA CIGOTO». Con la referencia uterina tres páginas antes y este nuevo antecedente lingüístico, la poeta nos está invitando a descifrar un interesante tercer cariz de la obra de raigambre más bien feminista. La temática del aborto es una recurrente en la llamada «literatura femenina», tal como nos anunciaba Anne Sexton en 1962:

Alguien quien debió haber nacido
se ha ido.

El pasto tan erizado y robusto como los cebollines,
y yo preguntándome cuándo se quebraría el piso,
y yo preguntándome cómo sobreviven las cosas frágiles;[1]

[1] La traducción del inglés es mía. (gastón j. muñoz j.)

Este tropo literario no se trata sobre representar un fenómeno biomédico con implicaciones políticas y sicológicas concretas, tanto como es una representación de la decisión de ser o no ser madres dentro de la literatura, o sea, ser o no ser sujetos de poesía o de trabajo artístico al recaer en el hablante (mal concebido como inocente o desafectado por el mundo real) la doble tarea de las labores creativas y las domésticas. De este modo, la escritura aborteásea ―con la amargura de la ruda― es ajena al, o bien se distancia, de los parámetros del bardo universal de carácter sublime: es decididamente banal y no se escuda en la parsimonia de las tribus literarias, esa es su fuerza.

Estas estéticas feministas continúan en el poema «Parir», donde el tono sentimental más propio de Marea baja adquiere una puesta en crisis por la hablante, quien demuestra una creciente incomodidad con la tendencia sublime que vincula la racionalidad con lo masculino y a los misterios naturales como femeninos: «y jale con tanta fuerza / las raíces / que raje el vientre / y se alimente del fruto» (p. 18). Nótese la sonoridad disonante en aquella aliteración encabalgada entre los dos últimos versos citados. Dos páginas después insiste en matar al sujeto mujer que buscaba desde su trabajo debut: «y ella ha terminado / por crucificar / el romanticismo». La figura crística aquí genera un distanciamiento iconográfico de la pasividad de la madona mediante el suplicio corporal. Aquí, A. Coz está dando corporeidad a sus fantasmas literarios, llámense los teoremas cuánticos de C. Lispector o bien su propio oficio como escritora en negociación con los roles maternos que debe cumplir el sujeto de enunciación. De esto se trata «La jabalina [que] avanza» (p. 46), una transmutación entre eros y tánatos que requiere de la autoinmolación para reencarnar con firmeza dentro de la poesía. La jabalina es realmente un «TANTŌ», que «ES UN PUÑAL DE DOBLE FILO (…) USADO EN EL RITUAL SUICIDA JAPONÉS / HARAKIRI» (p. 31)

Es mediante esta alquimia de erotismo y de expiación mortuoria como «UN PIANO DE COLA [que] PESA 600 KILOS» aparece como si estuviera levitando en la airosa composición de la página veintisiete, o cuando el hablante afirma que «LA MATERIA ES ILUSIÓN» en la página treinta y siete. La poesía es aquella locura que hacemos porque, de lo contrario, nos volveríamos locxs. Es aquella brujería que, a diferencia de la magia que busca realizar una acción concreta dentro del círculo, cambia el cosmos entero mediante la creación. Es permitirse recaer en debilidades y en amores del pasado, pero sabiendo que solamente nos estamos engañando un rato: «Te miro ardiendo desde mi hoguera / digo lo que necesitas oír (…) JEANNE D’ARC SE LLAMABA» (pp. 38-39). Y estas no son las únicas referencias al fuego sobre la carne: «LA AUTOINMOLACIÓN DE // THÍCH QUẢNG ĐỨC DURÓ 13 MINUTOS» (p. 41). Las referencias de la autora a la biología, a la historia política o a la geografía son maneras de desacelerar las intensidades afectivas, de congelar sus partículas infinitesimales del mismo modo en que «A MENOS DOSCIENTOS SETENTA Y TRES / COMA QUINCE GRADOS CELSIUS / TODA PARTÍCULA SE DETIENE» (p. 49), y así exorcizarlas de su pesar sobre el cuerpo.

Me permito cerrar con el penúltimo poema de este libro, «El rito», que me parece que sintetiza de manera locuaz lo que he estado tratando de atisbar sobre La jabalina:

cada mañana
lucha consigo misma
y no deja que aparezca
ni un ápice de amargura

a veces le resulta


Publicada en Cine y Literatura

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